Ayer, ¿era ayer o anteayer? no importa, con el reclamo de sentirme cabreada me enseñó una canción. No quiso arriesgarse y me envió aquello que sabía que me gustaría pero que aún no había oído, era interpretada por aquella mujer. En el escenario un vestido rojo del color del vino igual que sus labios, no los de la intérprete, los de ella.
La pieza no deja de sobrecogerme pero esta vez el protagonismo lo tuvieron sus manos. ¡Cómo se movían sus dedos sobre el piano, no se detenían, no se cansaban, no paraban! Yo tampoco me canso de mirarlos y de imaginar que los míos tal vez podrían moverse así, estoy segura de que los míos no se cansan.
¿Se me pasó el enfado? Eso ya no importa. Ahora oigo una canción ya olvidada. De esas que da ganas de cantar interrumpiendo el silencio forzado de una oficina.
Nia
miércoles, 2 de diciembre de 2009
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