lunes, 25 de mayo de 2009

Suspiros

Siento como el cuello se me rompe cuando miro para atrás. Pesa demasiado, está cargado de rugosidades… Todas las mañanas le pongo cremas para que deje de arrugarse, aunque sé que la verdadera cura es que respires encima de él. Siento decirte que ya nadie puede imitarte y las posibilidades de curar mi piel sólo las tienes tú. Por más que te lo pido no has querido darme un respiro de aquellos que curan. He intentando robártelo, pedírtelo prestado, comprártelo pero no hay nada que te persuada.

Así que anoche entré en tu habitación y mientras dormías cogí el recipiente de cristal transparente hecho en Vanuatu. Tu pecho se hinchaba de forma pausada, apenas se podía oír el sonido de tu respiración. En algún momento suspiraste pero tu boca, tus ojos y nariz, tu despeinado pelo, tu olor…. me introdujo en un estado letárgico en el que mis pensamientos se anularon. Mi mirada penetrante te buscó en la profundidad de tu sueño, te exaltaste en cuanto entre abriste los ojos. Tus dientes se afilaron y gruñiste. Y aunque la única luz que había en la habitación era la que iluminaba mi cuello, tus ojos ansiosos de acercase a él se contuvieron. Estiraste tu brazo y cogiste la máscara antigas que estaba encima de la mesa que acompaña tu cama. No dijiste nada más, sabía que nunca conseguiría ni siquiera tu último suspiro.

Nia

Mark Ryden

lunes, 18 de mayo de 2009

Dormir, tal vez soñar (Shakespeare)

¿Por qué no? ¿Por qué no quedarse en la cama cuando suena el despertador? ¿Qué me espera ahí fuera? ¿He perdido ya todos los trenes?

Seamos exactos con lo que pasaría: recibiría unas cuantas llamadas, quizá vendrían a llamar a mi puerta a partir del segundo día, pero nadie sabría que estoy ahí, aún si abrieran la puerta, quizá con suerte nadie subiría a mirar a la habitación: se encontrarían con una casa vacía y se irían. Llamarían a la policía que no me buscaría bien y cuando pasaran diez días ya me habría consumido sin beber ni comer. Mientras tanto, los sueños... viviría en los sueños, eternamente.

Suelo soñar lo que quiero. Tengo esa habilidad. ¿No sería maravilloso dejarme llevar por el cansancio del hambre y la sed, relajarme en ese adormecimiento, en ese apagar de todos las luces de mi cerebro, y dejar encendida sólo la que me permite estar donde quiero: la luz de los sueños?

Por otro lado, ¿me tendría que levantar y compartir sensaciones con otros seres humanos? Pero, ¿no son igual o más intensas las sensaciones en los sueños? ¿No son mejores las sorpresas de los sueños que las obviedades de los seres humanos, siempre chocando entre sí, como dentro de una caja sin salida?

En los sueños he encontrado la droga que me ata. Ahí estoy yo solo, no hago daño a nadie. No penséis que soy infeliz en estos últimos días: estoy viviendo lo que sueño y no me cansaré nunca, hasta que quizá en el último momento me atrape una pesadilla oscura, aleteen sobre mí todos los demonios de (oh cruel palabra) el arrepentimiento, pero ya será muy tarde. Durará un segundo y me habré ido a soñar para siempre con todos vosotros y con todo lo que no me atreví a hacer.

En ese segundo mi vida pasada y la que no llegó a ser futura se convertirían en la tenaza más cruel, arrancando cada miembro de mi cuerpo: sería el fuego de la rabia.

Un segundo demasiado doloroso.

Me levanto.

Ser

Antiguas promesas

Debo desaparecer. Pero explícame cómo hacerlo porque giro como un trompo, tomo pastillas, entro y salgo por las puertas sigo contagiada de mixomatosis y veo que mi cuerpo aun sigue aquí. No me des antídotos para un suicidio menos doloroso, quiero existir pero desaparecer. Ponerle una corta pausa a mi cabeza, conseguir elevarme un escalón, entender que hago aquí, sentirme tranquila.

Lo conseguirás hacer mi querida amiga, es cuestión de tiempo dijo.

Nia

martes, 5 de mayo de 2009

Recintos comunicados

Entrando por la puerta del "Sueño" me acuerdo de la vez en que, de niño, en aquel sitio donde estuve tantas veces (no recuerdo exactamente el lugar pero sí la sensación) me pregunté qué pensaría de mayor. La muerte estaba a un lado, comiéndose un cucurucho de fresa, poniéndose perdida la sábana negra que la cubría. Entonces se levanta y dice "ah, me manché" y se va corriendo. Corre demasiado deprisa y eso me da miedo y me voy también, en dirección opuesta. Cuando llevo un rato corriendo, veo que me había equivocado de dirección: estoy detrás de la muerte, acercándome a ella, a una velocidad aún más rápida que ella. Me detengo, doy media vuelta y corro aún más rápido. La sensación de miedo crece: estoy corriendo demasiado rápido... ésta velocidad es increible para cualquier ser humano.

Otra esquina allá delante (parece que todo el paisaje está hecho de esquinas) y, justo ahí, un carrito de helados de fresa. Todos los niños compran y se manchan horriblemente, como si no atinaran el cucurucho a la boca y se lo clavaran en el cuello, en el pecho. No me sale la voz para decirles que dejen los helados, que los tiren... Cuanto más me esfuerzo, menos voz tengo. Salgo corriendo en dirección contrario, llorando, por un lado de la esquina. Sólo me encuentro con esquinas y voy decidiendo qué lado tomar. A veces derecha, otras izquierda. Los edificios son todos iguales y me pierdo.

Ya cansado de correr veo una puerta, la única puerta. Es de color de fresa y el ambiente huele diferente. Entro en ella. Hay demasiada luz. La cierro detrás mío y leo el cartel que tenía del otro lado: "Vigilia".

Ser

En mitad

Recuesto la cabeza, la sangre corre con rapidez, las sienes palpitan, un silbido, un millón de sustancias estrellándose contra la piel. Parece que quieren salir.

Cierro los ojos, entro en una habitación. En una de las puerta hay un cartel que pone “sueños” justo en frente otra con la palabra “vigilia”. Poco a poco los músculos van desmembrándose, estoy en mitad del recinto. Veo unas piernas con botas de pescador, saltan y chocan contra un charco lleno de agua. Mi cuerpo se sacude, salgo por la puerta de la vigilia, entonces abro los ojos.

Poco a poco vuelve el sopor, otra vez me encuentro en mitad de la habitación, a cada lado siguen las puertas. Veo un bebé con heridas en la piel, son profundas, hace poco han acabado de sangrar. Se entrelaza con la anterior imagen una nueva, aparece un largo pelo del color del trigo movido por el aire, el pelo desborda líneas de humo. Presiento que estoy dentro de alguna de las dos habitación, a muchas horas por ahora, del otro extremo de la puerta.

Nia

lunes, 4 de mayo de 2009

“Estamos construidos políticamente en virtud de la vulnerabilidad social de nuestros cuerpos; estamos construidos por los campos de deseo y la vulnerabilidad física, somos a la vez públicamente asertivos y vulnerables” Judith Butler

viernes, 1 de mayo de 2009

La melodía

Como quien está oyendo en la radio una melodía que nunca había oído y de repente se acaban las pilas, así me quedé. Con la cara de bobo. No había oído de quien era la música y seguramente no tendría la suerte de dar nunca más con esas notas...

Pero lo que parecía mala suerte se tornó buena. La energía de esa música inacabada me dejó unos mecanismos en mi cerebro que, de haber acabado el concierto, se habrían desconectado. "Ahora, hasta que no oiga el final de la sinfonía, me quedaré siempre con esa actitud, con esa nota alta en mi ánimo, que me hará imparable" me dije cuando me di cuenta de que no tenía pilas nuevas. Una sonrisa apareció en mi mente, pensando en lo aburrido que estaba para pensar semejantes chorradas.

Al despertar al día siguiente, me sorprendí de haber dormido sólo 5 horas. Estaba fresco, sin nada de sueño. Me levanté y ya en la ducha me sorprendí tarareando mentalmente la melodía inacabada que, como el agua, me cubría por completo.

Ya han pasado muchos años desde entonces. Mi empresa me elevó a un cargo directivo, conseguí más del 50% de acciones, vendí la empresa y fundé otra que también vendí, esta vez al cabo de sólo un año. Ya no tenía que preocuparme por el dinero, ni yo ni cuatro de mis generaciones venideras. Mi pareja y yo cada vez nos reímos y nos entendemos más, me paso el día leyendo y recibiendo a amigos, he visto el mundo en mis viajes y mis proyectos ahora son personales obras de arte, con las que me contento a mí mismo (salvo familia y amigos, nadie las ha visto).

De la melodía que un día me elevó, nunca oiré su final: cuando descubrí que mi fortuna dependía de ello, quirúrgicamente mandé que me quitaran el sentido auditivo. Mi nieto aún no conoce el lenguaje de los símbolos y llora asustado cuando me ve, el abuelo sordo que se olvidó de hablar. A veces echo de menos la música cuyo final podría escuchar sin miedo a perderlo todo, pero sería un descuido salir a la calle, contestar el teléfono,... el final de la melodía y de mi fortuna podría aparecer ahí.

Lo tengo todo, menos la música. Quizá me equivoqué en la elección.

Ser