lunes, 18 de mayo de 2009

Dormir, tal vez soñar (Shakespeare)

¿Por qué no? ¿Por qué no quedarse en la cama cuando suena el despertador? ¿Qué me espera ahí fuera? ¿He perdido ya todos los trenes?

Seamos exactos con lo que pasaría: recibiría unas cuantas llamadas, quizá vendrían a llamar a mi puerta a partir del segundo día, pero nadie sabría que estoy ahí, aún si abrieran la puerta, quizá con suerte nadie subiría a mirar a la habitación: se encontrarían con una casa vacía y se irían. Llamarían a la policía que no me buscaría bien y cuando pasaran diez días ya me habría consumido sin beber ni comer. Mientras tanto, los sueños... viviría en los sueños, eternamente.

Suelo soñar lo que quiero. Tengo esa habilidad. ¿No sería maravilloso dejarme llevar por el cansancio del hambre y la sed, relajarme en ese adormecimiento, en ese apagar de todos las luces de mi cerebro, y dejar encendida sólo la que me permite estar donde quiero: la luz de los sueños?

Por otro lado, ¿me tendría que levantar y compartir sensaciones con otros seres humanos? Pero, ¿no son igual o más intensas las sensaciones en los sueños? ¿No son mejores las sorpresas de los sueños que las obviedades de los seres humanos, siempre chocando entre sí, como dentro de una caja sin salida?

En los sueños he encontrado la droga que me ata. Ahí estoy yo solo, no hago daño a nadie. No penséis que soy infeliz en estos últimos días: estoy viviendo lo que sueño y no me cansaré nunca, hasta que quizá en el último momento me atrape una pesadilla oscura, aleteen sobre mí todos los demonios de (oh cruel palabra) el arrepentimiento, pero ya será muy tarde. Durará un segundo y me habré ido a soñar para siempre con todos vosotros y con todo lo que no me atreví a hacer.

En ese segundo mi vida pasada y la que no llegó a ser futura se convertirían en la tenaza más cruel, arrancando cada miembro de mi cuerpo: sería el fuego de la rabia.

Un segundo demasiado doloroso.

Me levanto.

Ser

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