miércoles, 22 de abril de 2009

Un cuentito

En estos días de calor sofocante, una buena idea para la columna es difícil de encontrar. A duras penas se puede respirar sin cansarse, cuánto más será escribir algo bueno... Y menos después del ajetreo de hoy. Apenas son las nueve de la noche y ya me siento exhausto... Pero, ¿qué más esperar de un anciano a quien ya le exigen demasiado? O quien se exige demasiado... Pero qué tonterías pienso: no seas perezoso, es cuestión de buscar un texto de los que tengo preparados, maquillarlo, enviarlo antes de medianoche y el trabajo estará hecho. Podré descansar y mañana intentaré quejarme menos.

Hoy, para quien lea este diario nocturno, ha sido el día de San Jordi en Barcelona. Lo único que he hecho es sonreír y firmar las novelas de éxito, las de hace veinte años, las que ahora aborrezco, no porque sean malas si no porque nunca he escrito nada que las superase, y eso para mí, es una espina que ya no me voy a poder sacar. La columna diaria más seguida del periódico más sensacionalista del país de Europa más inculto no es la obra maestra que me gustaría estar escribiendo. Pero en fin, me da de comer, a mí y a la gatita (nunca supe qué nombre ponerle, y eso dice mucho de mi imaginación...). ¿Cuánto tiempo has pasado sin nombre...? ¡50 años ya..., espero me contagies de tu longevidad, gata estúpida! Gata estúpida, vieja y fracasada…

Y desagradecida: ayer por la noche me mordiste fuerte por primera vez: un hecho que sin duda tengo que reflejar en estas líneas porque, maldita, me acordé de ti en cada firma que he tenido que hacer hoy, pensando si el aficionado bajaba la miraba por respeto o para ver las dos marcas que me dejaste en el pulgar. Qué vergüenza. El editor que me acompañó de librería en librería se dio cuenta nada más estrecharme la mano... Qué vergüenza me hiciste pasar,... ahora no esperes de mí cariños ni cena ni compartir mi postre. Por cierto, ni un saludo me diste hoy... Sólo desde el fondo de mi habitación oí un maullido cuando entré... Hasta que ponga comida en tu plato, mañana cuando me apetezca levantarme, nada tendrás de mí. Ni tan siquiera un nombre, ¡que hoy juro te iba a dar! Gatita loca... la edad te ha trastornado si piensas que te daré un nombre. Ahora que nos queda tan poco, no vale la pena gastar mi tiempo pensándote un nombre ni el tuyo usándolo. Por cierto, ¿dónde te has metido?, ¡te quiero enseñar de qué color están las marcas que me dejaste! Lo mejor será que te castigue dándote de comer bien tarde mañana... Además, ni has tocado la comida de hoy...: me da igual lo que hagas, me voy a dormir.

De hecho me he quedado dormido después de escribir las primeras líneas de esto... Estoy muy cansado y escribir así, como hipnotizado, hace que a la mañana siguiente me avergüence de las palabras escogidas... ¡Además es un diario! ¡No puedo rehacer un diario si no me gusta lo que he escrito...! Lástima..., pues sería la clave de la inmortalidad: rehacer, revivir los días pasados... Como digo, soy un viejo que se queja demasiado. Noto la sangre palpitar ruidosamente por mis venas, síntoma de que estoy muy cansado: me voy a dormir. Esta noche quiero dormir sin sábana ni pijama, de otra manera lo pasaría mal... Quiero dejar que al menos el cuello respire, que las arterías zumben libremente la sangre a mi cerebro, sin cuellos de pijama o bordes de sábana que lo presionen.

Ya he enviado la columna al periódico. Ya puedo dormir tranquilo. No me importa donde estés, gatita. Mañana, al nacer el día, lo primero que haré será mostrarte tu castigo.

Ser

Castiguemos a la gata tal como nos ha castigado la mixomatosis a nosotros. ¿Cuando miras tu piel te acuerdas aquello que nos contagiaron? Si no hubiéramos corrido en busca de la cura seguramente estaríamos ciegos y con la piel rota.

A veces me pregunto que es peor, la enfermedad o los efectos secundarios de la cura. La herida es aun muy reciente, de vez en cuando vuelve a sangrar y tú, señor escritor, contemplas en silencio nuestra agonía. Eres absolutamente reservado, tu cara se congela, la inexpresividad nos invade. Solo sé de tu rabia cuando escribes.

Por cierto, la gata tiene nombre, se lo has puesto tú, acaso ¿no recuerdas las tardes en las que gritabas compulsivamente esas tres letras?

Nia

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